martes, 15 de octubre de 2013

Sotá 41 - Parashat Hamelej

31:10 Y les mandó Moisés, diciendo: Al fin de cada siete años, en el año de la remisión, en la fiesta de los tabernáculos, 31:11 cuando viniere todo Israel a presentarse delante de Adonai tu Dios en el lugar que él escogiere, leerás esta ley delante de todo Israel a oídos de ellos. 31:12 Harás congregar al pueblo, varones y mujeres y niños, y tus extranjeros que estuvieren en tus ciudades, para que oigan y aprendan, y teman a Adonai vuestro Dios, y cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley; 31:13 y los hijos de ellos que no supieron, oigan, y aprendan a temer a Adonai vuestro Dios todos los días que viviereis sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para tomar posesión de ella. (Debarim-Deutronomio) 

Hace un tiempo ya que comenzamos con las diversas bendiciones o lecturas que se podían decir en cualquier lengua y las que se debían pronunciar solamente en el idioma sagrado, en hebreo. En este caso el Talmud estudia en detalle lo que la Mishná denomina Parashat Hamelej (la porción del rey). Está mitzvá es conocida como Hakel (congregar), este precepto tenía lugar cada siete años. Luego del fin del ciclo de la Shmitá, en el año octavo, al finalizar el primer día de la festividad de Sucot, aprovechando que todo el pueblo judío estaba en Ierushalaim, el rey debía leer diversos fragmentos de la Torá a todo Israel. Era una instrucción masiva. Todo el pueblo debía escuchar las palabras del rey para conocer las leyes y para generar en ellos temor reverencial ante Dios y ante Su Torá. 

El Rey no leía toda la Torá, de haberlo hecho todo el pueblo se hubiera dormido. La Mishná nos detalla que sólo leía el libro de Debarim y de aquel libro sólo algunas secciones como por ejemplo el Shemá Israel (capítulo 6), las bendiciones y maldiciones (capítulo 28), las leyes de los reyes (capítulo 17) y un par de secciones más. El rey lo leía desde el Templo de Jerusalém en la sección denominada Ezrat Nashim, el atrio de las mujeres (aunque no era exclusivamente para mujeres como su nombre sugiere). Para la lectura el Templo se convertía en un gran anfiteatro. Imaginen la escena nada más! Todo un pueblo entero amontonado en Jerusalém escuchando al rey leer de la Torá. Se construía un gran escenario de madera y el rey se sentaba en el medio. Se sacaba un rollo de la Torá y se lo iban pasando grandes figuras como el Jazan y el Cohen Hagadol hasta que se lo daban al rey. Leía de la Torá estando sentado (sí, sentado!) y luego recitaba ocho bendiciones sobre la Torá. 

Una historia para terminar. La Mishná nos cuenta que cierta vez le tocó al rey Agripas hacer está lectura pública de la Torá. Agripas fue el nieto de Herodes (un rey cuya simiente era discutida). Cuando Agripas leyó el fragmento de Debarim 17 donde se enfatiza que el pueblo de Israel no podía poner sobre sí un rey extranjero comenzó a llorar ya que él sabía que el provenía de los Idumeos un pueblo convertido a la fuerza al judaísmo y que en parte era extranjero. Los sabios en aquel entonces le dijeron "no temas Agripas, tu eres nuestro hermano". Los rabinos trataron de calmar al rey diciendo que el no era extranjero. No sabemos exactamente porque lo hicieron sin embargo los sabios del Talmud son muy duros con los aduladores. Algunos sabios dicen que quien adula a otro (en este caso los sabios a Agripas) terminarán sus días en el infierno y que desde el día que los halagos llegaron al mundo la justicia se pervirtió y la conducta de los seres humanos se deterioró. No obstante los rabinos de alguna manera justifican la conducta de los sabios de aquel entonces que adularon (y de cierta forma toda adulación tiene algo de mentira, por ende mintieron) a Agripas al decir que se puede adular a los malvados en este mundo para apaciguarlos; es decir si uno teme a alguien puede adularlo para intentar calmarlo. 

Así sella el asunto el Talmud: Cuatro clases no recibirán la presencia de la Shejiná: la clase de
burladores, la clase de aduladores, la clase de mentirosos, y la clase de los calumniadores.

De esta manera concluimos el séptimo capitulo del tratado de Sotá. Hadran Alaj Elu Neemarin!

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