El Talmud continúa enseñándonos algunas reglas en torno a la bendición de los sacerdotes. Recordemos una vez más que está bendición es una de las más -sino la más- antigua bendición presente en la tradición judía. Estipulada en la Torá hace por lo menos 2500 años se sigue recitando hasta el día de hoy en la gran mayoría de las sinagogas de todo el mundo. Ahora sí, las especificaciones:
- Netilat Iadaim: Los sacerdotes se deben lavar las manos completamente, hasta las muñecas, como se solía hacer en el Templo de Jerusalém antes de entregar un sacrificio antes de realizar la bendición. Quien no lo hace no puede recitarla.
- La bendición: Antes de recitar la bendición sacerdotal propiamente dicha (aquella que empieza con "iebarejejá") los sacerdotes deben recitar una bendición agradeciendo la posibilidad de dar la bendición al pueblo de Israel. Ellos al darse vuelta y mirar a la congregación deben decir: "que nos santificaste con tus preceptos y nos ordenaste bendecir al pueblo con amor". Una bendición sin amor no es una bendición.
- Sim Shalom: Cuando los sacerdotes terminan de pronunciar los tres versículos que componen su bendición el Sheliaj Tzibur (oficiante de la plegaria) continúa con la última bendición de la Amida, con Sim Shalom. Mientras tanto los cohanim se dan vuelta y miran nuevamente hacia el Aharón Hakodesh y dicen: "Dios hicimos lo que nos ordenaste (bendecir al pueblo) ahora Tu haz lo que nos prometiste".
- Las manos: Quien haya visto a los sacerdotes realizando la bendición sacerdotal sabrá que abren las manos de una forma particular. Las elevan, las ponen delante de sus cabezas y con las palmas abiertas y con un hueco entre los dedos bendicen a la congregación. Sólo pueden poner las manos de esa manera una vez que están mirando a la congregación, no antes.
- Silencio: Mientras los cohanim dan la bendición ordenada por la Torá la congregación debe estar en silencio sin pronunciar palabra alguna.
- Descalzos: Rabi Iojanan ben Zakai prohibió que los sacerdotes suban al Dujan a bendecir a la congregación con sandalias por miedo a que estás se rompan y que un sacerdote quede inhabilitado de pronunciar la bendición. Los sabios medievales por tal motivo decretaron que lo ideal es que los sacerdotes suban descalzos a pronunciar la bendición.
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