ת"ר כשחרב הבית בשניה רבו פרושין בישראל שלא לאכול בשר ושלא לשתות יין נטפל להן ר' יהושע אמר להן בני מפני מה אי אתם אוכלין בשר ואין אתם שותין יין אמרו לו נאכל בשר שממנו מקריבין על גבי מזבח ועכשיו בטל נשתה יין שמנסכין על גבי המזבח ועכשיו בטל אמר להם א"כ לחם לא נאכל שכבר בטלו מנחות אפשר בפירות פירות לא נאכל שכבר בטלו בכורים אפשר בפירות אחרים מים לא נשתה שכבר בטל ניסוך המים שתקו אמר להן בני בואו ואומר לכם שלא להתאבל כל עיקר אי אפשר שכבר נגזרה גזרה ולהתאבל יותר מדאי אי אפשר שאין גוזרין גזירה על הצבור אא"כ רוב צבור יכולין לעמוד בה
El Talmud nos cuenta que desde el día que se destruyó el segundo Templo de Jerusalem surgieron ciertos grupos, llamados prushin (separatistas, quizás), que comenzaron a hacer un gran duelo por la destrucción del Templo. Se abstenían de comer carne y de tomar vino, ya que según sostenían en el Templo muchos de los sacrificios se basaban en grandes porciones de carne y la presencia de vino también era constante en el culto del Beit Hamikdash. Si esto era así y ahora el Templo había sido destruido ¿Cómo iban ellos a disfrutar de aquel placer? Por duelo se abstenían de aquellos placeres.
En un momento Rabi Ioshua, uno de los grandes sabios de la generación posterior a la destrucción del Beit Hamikdash, se reunió con ellos para tratar de convencerlos que no hacían lo correcto en castigarse de esa manera. Los prushin le dieron sus argumentos, y como buen pedagogo Rabi Ioshua les dio la razón y les dijo que si no comían carne o no bebían vino porque ambos productos eran utilizados en el Templo tampoco deberían comer pan, ya que el sacrificio de Minjá se basaba en diversos granos. Los prushin le dieron entonces la razón y dijeron que vivirían a base de frutas. Rabi Ioshua les vuelve a dar la razón y le dice que frutas tampoco podrían comer porque las primicias (bikurim) se daban con las primeras frutas de la tierra de Israel. Ellos admiten aquel punto y establecen que vivirán de otras frutas, sobre las cuales no caía la obligación de llevar las primicias. Rabi Ioshua lleva al extremo el argumento de estos hombres y les dice que tampoco podrían tomar agua ya que se acostumbraba a hacer libaciones con ella. Y los prushin, nos dice el relato, callaron. Se quedaron sin argumentos. Llevando al extremo sus prácticas Rabi Ioshua logró que se den cuenta de que su duelo era un exceso innecesario.
Rabi Ioshua cierra el dialogo enseñando que si bien se debían tomar ciertas prácticas para mostrar el duelo, ya que los sabios lo habían decretado, estás practicas no podían ser tan extremas que la gente común y corriente no puedan llevarlas a cabo. Ya que hay un principio en la tradición rabínica que establece que no se puede decretar ninguna ley si la misma no podrá ser soportada y sostenida por la comunidad. Una vida sin carne, sin vino, sin frutas, sin pan y sin agua era sin dudas un duelo excesivo.
La Guemará nos enseña cuales son las prácticas de duelo que debemos seguir luego de la destrucción del Templo. Debemos disminuir en cada ocasión un poco nuestras alegrías. Sólo un poco. El ejemplo paradigmático del Talmud, y así quedará en la halajá, es que cuando construimos una casa, frente a la puerta, a la vista de todos debemos dejar un pequeño hueco sin terminar como señal de duelo. Según Rab Jisda cada vez que ponemos una mesa festiva debemos dejar un plato vacío para mostrar la falta del Beit Hamikdash. Otros sugieren que una mujer que se adorna a sí misma con joyas y perlas debe siempre procurar no hacerlo completamente, para mostrar así que la belleza no es completa sin el Beit Hamikdash. Quizás la costumbre más popular es la que sugiere Rab Itzjak. A la hora de un casamiento el novio debe ponerse tierra en su cabeza donde posa cada día sus tefilín, si bien está costumbre cayó en desuso la misma "mutó" a la costumbre muy extendida de romper una copa en el momento de la Jupá para señalar así que la alegría inmesa de un casamiento no puede ser completa si aún carecemos de la casa que debe unir en oración a toda la humanidad según lo profetizó Isaías.
El pueblo judío es un pueblo que siempre recuerda, sin embargo el recuerdo de las tragedias pasadas no puede anular la alegría del presente. Algunas “señales” que nos ayuden a no olvidar son siempre bienvenidas y necesarias para la perpetuación de nuestra memoria colectiva; el exceso de las señales de duelo atentan sin embargo contra el hermoso regalo de Dios que es la vida. El duelo no puede ser eterno.