Cuando el Talmud habla sobre la prohibición en torno al
comercio con idólatras, en los días próximos a sus “fiestas”, hace referencia en
mayor medida, a las festividades del mundo romano. De algunas de ellas ya
hablamos y otras aparecen aquí en nuestros folios a estudiar hoy. Algunas de
las “fiestas” (ocasiones en las cuales los romanos ofrecían sacrificios o
libaciones a sus deidades) eran los nacimientos y muertes de los reyes o cuando
estos ascendían al trono.
Las fiestas de Kalanda y Starnura (Saturno) están íntimamente
relacionadas entre sí. La primera son 8 días después de “Tkufá” (el día más
corto del año, aproximadamente el 21 de diciembre para el hemisferio norte) y
la otra son 8 días antes de este evento. Al parecer, estos días eran de gran
relevancia para el mundo romano y eran épocas de sacrificios para los dioses
paganos (ténganse en cuenta que luego, tanto la navidad como el año nuevo para
el mundo cristiano caerán por estas fechas donde el invierno acecha).
El primer hombre y las fiestas paganas. El Talmud, en
un midrash increíble, relaciona estas fiestas paganas del mundo romano con Adam
HaRishon, el primer hombre. Se dice que cuando el primer hombre comenzó a
ver que los días se hacían más cortos, si tenemos en cuenta la tradición de que
el mundo fue creado en Tishrei (otoño) y
no en Nisán (primavera) mientras se acercaba el mes de Tevet (Invierno), creyó
ver en eso un castigo divino por haber comido del árbol prohibido. Al ver que los días se hacían cada vez más cortos, al no entender los ciclos de la naturaleza, intuía que el mundo estaba volviendo a la oscuridad primigenia, al caos originario, al Tou Vavou. Así Adam Harishon comenzó a ofrecer sacrificios
exclamando el Perdón Divino. Los romanos, según el imaginario talmúdico,
trastocaron estas ofrendas al único D-s y convirtieron esas fechas en días de
idolatría.
Los judíos y la idolatría. Rabi Ishmael enseñaba que todo
Israel fuera de la tierra de Israel era un Oved Avoda Zará (un idólatra)
Betahará (en pureza). ¿Cómo es el caso, se pregunta el Talmud? La mayoría de
los judíos que están fuera de Israel tienen un contacto permanente con el no
judío, y en ese momento todo no judío era un idólatra (no existían otras
religiones monoteístas como hoy en día, los cristianos o los musulmanes), y
ciertas veces sus vecinos podían invitar a los judíos a sus casamientos y fiestas. Y allí
se ofrecían libaciones y sacrificios a dioses paganos y más allá, dice Rashí,
que los judíos no ponían intención en los sacrificios (por eso estaban en
pureza) participaban de cierta forma en los rituales paganos (a pesar de que el
Talmud aclara que los judíos se llevaban su propia comida Casher a las fiestas,
un toque de humor por parte de nuestros maestros). Sólo por estar presentes en
sus mesas, dice el texto talmúdico, se los consideraba como que estaban
comiendo de los sacrificios paganos.
Ahora bien, este texto no se puede extrapolar a nuestros días ya que ninguno de
nosotros (en su gran mayoría) tiene amistades idólatras. Nuestros amigos
cristianos y musulmanes, o incluso los ateos o agnósticos, no ofrecen
sacrificios a deidades ni tampoco hacen libaciones paganas ergo estaríamos
habilitados sin mayores problemas a participar de sus celebraciones y alegrías, teniendo en cuenta ahora sí, ser precavidos con las comidas que
vayamos a comer.
Un detalle más. La festividad de Kratesim, era celebrada por
los romanos año tras año, en el día que conquistaron “el mundo”. En esta
festividad también le estaba prohibido a los judíos comerciar con ellos tres
días antes de la misma. El Talmud llama al imperio romano “Maljut HaRashá – el imperio
malvado”. En nuestro folio se nos cuenta que 180 años antes (aunque algunos
discuten esta cuenta) de la destrucción del Beit Hamikdash, año 70 d.e.c, el
Imperio Romano se extendió por la tierra de Israel y la conquistó; y 40 años
antes de la destrucción del Beit Hamikdash, en el año 30 d.e.c. los sabios
prohibieron aplicar las penas de muerte (dinei nefashot) porque el Sanhedrín
tuvo que mudarse de su recinto principal en el Templo de Jerusalem.
La continuidad. Al parecer no había sabios lo
suficientemente capacitados para juzgar los casos capitales. El imperio romano
había decretado la prohibición de la Smijá o Hasmajá (ordenación rabínica). Decían
que en cualquier ciudad que se encuentre a un sabio ordenando a un estudiante,
ambos serían muertos y toda la ciudad sería pasada a cuchillo. Desafiando la
autoridad de los romanos, el sabio Rabi Iehuda ben Baba, se llevó a cinco
estudiantes al medio de un acantilado, entre dos ciudades (para que los romanos
no puedan destruir la ciudad) y allí les dio la Smijá a cinco rabinos, buscando
la continuidad del pueblo de Israel. En
un momento los romanos aparecen en escena y Rabi Iehuda le dice a los cinco
rabinos, ya ordenados, que se vayan que él detendrá a los romanos. Rabi Iehuda
se sentó como una piedra en el medio el acantilado para que los romanos no
pasen y no se movió hasta que los soldados le “agujerearon todo el cuerpo” con
lanzas. Los cinco jóvenes rabinos se escaparon y lograron que la Torá no se
pierda en medio de tanta persecución y destrucción.