כל אדם שיש בו גסות הרוח
- אמר הקב"ה: אין אני והוא יכולין לדור בעולם
Sobre toda persona que tenga soberbia dijo el Santo
bendito Sea: “Yo y él no podemos vivir en el mismo mundo”.
Los rabinos buscan perfeccionar las cualidades
morales de los seres humanos. En este contexto nos enseñan que una de las
cualidades que más aborrece Dios es lo que en hebreo se denomina Gasut Ruaj;
ser una persona vulgar, soberbia y altiva. Los sabios son tan enfáticos al
respecto que ponen en palabras de Dios aquella frase que dice que el Eterno no
puede coexistir ni convivir con una persona altiva. Rabi Shimon bar Iojai haciendo
énfasis en la prohibición de elevar nuestro corazón por sobre el de nuestros
hermanos dice que quién es soberbio es como quién hace idolatría.
De un versículo del libro del profeta Irmiahu
(13:15) los rabinos aprenden sobre la advertencia de Dios frente al orgullo
desmedido: “Escuchad
y oíd; no os envanezcáis”.
Debemos escuchar y oír la palabra de Dios que nos llama a ser humildes [Shafal
Ruaj] y no a envanecernos, comportarnos de forma orgullosa frente a los demás,
tratándolos de un modo despectivo y desconsiderado. El llamado de Dios es a no
creernos superiores que los demás. Un verdadero desafío. A no mirar a los demás
desde un pedestal superior con altivez y soberbia. Dios nos reclama que
reconozcamos nuestra humanidad y nuestra finitud.
Los
sabios alaban y aprecian la humildad. Debemos vernos a nosotros mismos como
Basar vaAdam (hombres de carne y hueso); como seres finitos e imperfectos. Los
rabinos hacen un juego de palabras con el término ADaM [hombre] y BaSaR [carne].
Dicen que estos términos son acrósticos que afirman la característica de los
seres humanos. El ADaM es: tierra [afar], sangre [Dam] y agalla [Mara]. La
BaSaR es: vergüenza [Busha], hedor [Seruja] y gusano [Rima]. Con esta
descripción cruenta del ser humano los sabios quieren “bajarnos a la tierra”;
desean que apartemos de nuestra vida la sensación de altivez y de aquel orgullo
que lastima. Quiere que nos reconozcamos como humanos simples y sencillos.
Es el sabio Rab quien nos dice, sin embargo, que un
sabio –o podríamos decir cualquier hombre o mujer- necesita tener un sesentaicuatroavo
de orgullo. Una porción pequeña, quizás la expresión más diminuta posible, de
orgullo y de amor propio. Debemos valorarnos, querernos y apreciar nuestras
obras y a nosotros mismos. Sin embargo esa pequeña cantidad de orgullo no debe
cegarnos y envanecernos para terminar luego despreciando a los demás.
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