En el último post hablabamos de Iehudá. La tribu de Iehudá (יהודה), contiene en su nombre el tetragrama. El nombre propio de Dios, aquel nombre inefable que se pronunciaba en pocas ocasiones en la antiguedad. Iud, Hei, Vav, Hei. Estas cuatro letras más la Dalet forman el nombre de la tribu de Iehuda, tribu de la que el pueblo judío tomará luego del siglo V a.e.c. su nombre. El Talmud en está ocasión se pregunta cuál fue el merito de la tribu de Iehudá para obtener semejante privilegio.
Los sabios nos cuentan que cuando el pueblo judío estaba por cruzar el mar de los juncos todas las tribus comenzaron a pelearse entre sí. Cada una deseaba ser la primera en tocar el agua. La tribu de Biniamim, mientras las demás tribus discutían, se apresuró y saltó al agua. La tribu de Iehuda reprendió y amonestó a Biniamim por no haber esperado a zanjar la discusión. Por imponerse por encima de sus hermanos y por no respetar las deliberaciones que se estaban llevando a cabo. Por este motivos, según algunos esta tribu recibió el nombre de Dios en su propio nombre. Sin embargo el sabio Rabi Iehuda, y su nombre aquí puede ser mera coincidencia, dice que aquello no fue lo que ocurrió. Antes de que las aguas se abriesen cada una de las tribus discutía con las otras ya que ninguna quería ser la primera en arrojarse al agua. Los hombres de Israel tenían miedo y no confiaban en Dios, no creían que las aguas finalmente se iban a abrir. Ninguna tribu quería ser la primera. En un momento Najshon ben Aminadab, de la tribu de Iehudá, se arrojó al mar. Y recién allí, cuando el agua llegaba a su cuello, las aguas se abrieron. Por esta razón, la tribu de Iehudá, por su fe, recibe en su interior el nombre inefable del Eterno.
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